Por Tomás Cardín*
La cotidianidad de los jóvenes ha sido un tema de interés en diferentes épocas y lugares, para distintos realizadores cinematográficos. En películas hollywoodenses como “The Wild One” (1957), con Marlon Brando en el rol protagónico, hasta otras latinoamericanas como “Cidade de Deus” (2002) europeas como “La Haine” (1995), o el clásico del cine africano “Touki Bouki” (1973), este grupo etario ha sido retratado desde diferentes concepciones estéticas y asumiendo posiciones políticas contrapuestas. El caso del Cine Argentino es muy rico para observar algunas de esas formas de representar la vida de estos actores sociales.
El contexto a través del cine
La realidad del “piberío” se volvió casi una obsesión temática de los realizadores de cine de nuestro país. Sin embargo fue luego de la crisis del 2001 cuando este tema se volvió una preocupación. En este contexto, la marginalidad, el delito y los problemas vinculados a la seguridad se convirtieron en los principales puntos de asociación con los jóvenes, para algunos discursos mediáticos y políticos.
En el caso de cine se da una situación distinta, en parte por las posibilidades reflexivas y sensibles del arte (cuestiones que suelen ser olvidadas por algunos medios). Los autores de cine, como afirmadores de dichos relatos establecidos, o como generadores de nuevas preguntas, han abordado todo tipo de cuestiones que hacen a las vidas de los pibes y las pibas. El escenario de desocupación y de ausencia estatal, la vida en los barrios, la amistad, el aburrimiento y hasta la muerte temprana, han sido algunos de los temas recuperados como parte de las realidades de los jóvenes, en el Cine Argentino. Todos estos, desde luego, asumiendo distintas posturas.
¿Escapar o reconstruir?
Pese a que se suele decir que “el texto siempre supera al control del autor”, frase con la cual acuerdo, también creo que las obras artísticas nos invitan a acordar o confrontar con sus relatos. El caso de las películas que trabajan el tema de la juventud es clave para ver cómo esto ocurre. Tomemos por ejemplo los casos de “Vil Romance” (2009) de José Celestino Campusano u “Orillas” (2011) de Pablo César.
A pesar de que ambas tratan temas distintos, y desde formas narrativas particulares, comparten una tendencia por mostrar a los jóvenes de los barrios más pobres como sujetos atrapados en el lado más feroz de la existencia, del cual no hay escapatoria. La violencia, las relaciones peligrosas, el consumo de drogas y la muerte son los denominadores comunes en los días de estos pibes.
Con esto no estoy afirmando que estas películas no tengan nada interesante para rescatar, o que los temas que toman no sean motivo de ocupación. La reflexión acerca de cómo es la vida de un joven homosexual en un territorio signado por el machismo y la discriminación, tema tratado en “Vil Romance”, así como también la circulación de los prejuicios entre los jóvenes de distintas clases sociales en “Orillas”, son sin duda temas de peso.
El problema lo encuentro en esa mirada totalizadora. Obviar que en esos espacios también se dan relaciones fraternales, identificaciones positivas con el barrio como lugar de pertenencia, y que no todos los pibes piensan lo mismo ni actúan de la misma manera, es, al menos, criticable.
Recuperando la excitación y los sueños
Tomando otras dos películas distintas entre sí como “P3nd3j05” (2013) de Raúl Perrone y “¿Qué puede un cuerpo?” (2015) dirigida por César González, podemos encontrar una mirada sobre los y las jóvenes totalmente distinta.
En el caso de “P3nd3j05”, Perrone logra captar a través de un estilo muy personal, que mezcla la utilización del blanco y negro, la cumbia y los diálogos en placas, la vida de los pibes de su barrio (Ituzaingo). Pero el director no busca sacarle provecho a las penurias y las dificultades, que por cierto no son cosas ajenas ni menores en sus personajes, sino que coloca su cámara y deja que los protagonistas cuenten sobre su mundo. Tanto las amistades, los amores y el skateboarding, como la venta de drogas, los enfrentamientos con la policía y la profunda soledad son parte de ese universo. Los factores no se niegan entre sí, sino que todos ellos se encuentran en ese paisaje complejo.
Por su parte en “¿Qué puede un cuerpo?”, César González decide involucrarse en el centro de los conflictos. Las cotidianidades de un joven cartonero, de un grupo de pibes mayores de edad que encuentran en el delito una posibilidad de conseguir dinero, y la de un menor que roba “al boleo” se cruzan en esta obra. Pero también están las ansias del pibe que junta cartones de obtener un empleo estable, los valores del grupo de mayores que no dejan que los menores tomen alcohol o se droguen, y la ausencia de toda contención y orientación social en ese chico que delinque.
El director no niega la existencia de los problemas, y mucho menos los utiliza para exprimir una historia morbosamente atractiva. El delito, las negociaciones con las fuerzas de seguridad y el trabajo precarizado aparecen ligados a sus causas. No hay crimen organizado “profesionalmente”, sino una necesidad de “cortar con la joda” y conseguir unos pesos. El caos no es generado por un grupo de violentos e inadaptados, sino que también se ejerce desde el Estado a través de su aparato represivo, que por cierto es la única forma en la que este se hace presente en el barrio. El trabajo tampoco es un valor en sí mismo, si las condiciones para tenerlo son aceptar el maltrato y el desprecio.
Una invitación para pensar el presente
Estas películas sirven como ejemplos de las posturas políticas que se asumen en el arte. En nuestro país, el cine es una fuente de análisis clave para entender los momentos históricos, las situaciones sociales, políticas y culturales, pero, también, para ver cómo esas cuestiones toman peso en las historias cotidianas. La representación realidad de los jóvenes es sin duda un caso ejemplar para analizar.
Desde este espacio los invitamos a ver las películas que mencionamos, tanto para revalorizar nuestro cine, como así también para recuperar las historias de los pibes y las pibas. Creemos que es de vital importancia que el cine siga insistiendo en temas como la expulsión de los jóvenes del mercado laboral, el contexto de competencia de consumo feroz en el que se insertan, y la falta de contención social que tienen que sortear. También estimamos que es necesario hablar de los valores que comparten y defienden, la gran intensidad de sus relaciones, sus esperanzas y sus proyecciones. Todo esto por supuesto, como sostiene el crítico Roger Koza… “evitando mostrarlos como extraviados o incomprendidos […] sin juzgarlos, ni tampoco justificarlos”.
*Licenciado en Comunicación Social. Cinéfilo y melómano por igual.